05 junio, 2007

Toledo (I)

Al igual que hice en su día con Córdoba, en esta ocasión quiero acercaros un poco a Toledo.

Toledo es una de las ciudades españolas con mayor riqueza monumental. Conocida como “ciudad de las tres culturas”, debido a la convivencia durante siglos de cristianos, árabes y judíos, Toledo conserva tras sus murallas un legado artístico y cultural en forma de iglesias, palacios, fortalezas, mezquitas y sinagogas. Esta gran diversidad de estilos artísticos convierte el casco antiguo de la capital manchega en un auténtico museo al aire libre, hecho que ha permitido su declaración como Patrimonio de la Humanidad.

Arrancamos este pequeño viaje personal desde la plaza de Zocodover y la calle del Comercio, en un día primaveral casi de verano engalanado para el Corpus Christi, fiesta declarada de Interés Turístico Internacional.


La ciudad de Toledo tiene su antecedente en Toletum, nombre que los romanos dieron a este asentamiento a orillas del río Tajo tras su conquista en el 190 a. C. La ciudad mantuvo su importancia durante siglos y, en época visigoda, llegó a convertirse en capital de Hispania (s. VI). La llegada de los árabes en el siglo VIII, unida a la presencia de cristianos y judíos, hizo de Toledo la “ciudad de las tres culturas”. Fue ésta una de las épocas de mayor esplendor de Toledo, ya que, entre otros hechos destacables, se fundó la célebre Escuela de Traductores de Toledo. Posteriormente, con la subida al trono de Carlos V en 1519, la ciudad se convertiría en capital imperial.


Uno de los mayores placeres para mí cuando visito una ciudad desconocida es dejarme llevar por sus calles sin un rumbo demasiado predeterminado, pasear por sus rincones, dejarme sorprender por lo que aparece detrás de aquella esquina, sentir a sus gentes en su bullicio cotidiano, el ambiente de las terrazas, del comercio. Toledo es para eso una ciudad perfecta (si no fuera por sus innumerables cuestas), llena de continuas sorpresas.

Y así, callejeando, es fácil llegar a la plaza del Ayuntamiento, edificio encargado por el corregidor Gómez Manrique. Su forma definitiva tardó muchos años en realizarse, ya que se inicia su construcción en 1575 según el proyecto de Juan Herrera. A él se debe la severidad inicial de la fachada principal levantada sobre un extenso zócalo de sillares almohadillados en cuya longitud se abren nueve arcos de medio punto.

Nicolás de Vergara El Mozo y Juan Bautista Monegro intervienen en el primer piso, compuesto por nueve arcos de medio punto entre columnas. Completa la planta superior Jorge Manuel Theotocópulos a principios del siglo XVII, con nueve huecos de forma cuadrada.
El remate de las dos torres con chapiteles barrocos de pizarra es de Ardemans, ya de 1703. El un frontón triangular ostenta el emblema de la ciudad.
La perfecta simetría del edificio y el empleo de columnas toscanas evocan el clasicismo italiano.

Y justo enfrente, la catedral.


Desde 1088 la Iglesia Mayor toledana tiene el reconocimiento de catedral primada sobre las demás del reino. Faltaba, pues, dotarla de una sede digna, una vez que se haya alejado el peligro directo de invasiones musulmanas tras la victoria cristiana en Navas de Tolosa en 1212. Ocupa un lugar que parece ser siempre fuera sagrado, al ser el emplazamiento de la mezquita mayor, sustituyendo ésta la catedral visigoda, posiblemente levantada sobre otra anterior.

Pero de esto os hablaré otro día...

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