03 septiembre, 2005

Algún día

Siempre había oído que toda tu vida pasa ante tus ojos el segundo antes de morir. Para empezar, ese segundo no es un segundo en absoluto; se hace algo inmenso, como un océano de tiempo. En mi caso aparecía yo tumbado boca arriba en el campamento de los boy-scouts, mirando estrellas fugaces y las hojas amarillas de los arces que flanqueaban nuestra calle, o las manos de mi abuela y su marchita piel que parecía papel, y la primera vez que contemplé el nuevo Firebird de mi primo Tony, y Jane... Y Jane... Y Carolyn.
Supongo que podría estar bastante cabreado con lo que me pasó, pero cuesta seguir enfadado cuando hay tanta belleza en el mundo. A veces siento como si la contemplase toda a la vez y me abruma. Mi corazón se hincha como un globo que está a punto de estallar, pero recuerdo que debo relajarme y no aferrarme demasiado a ella. Y entonces fluye a través de mí como la lluvia y no siento otra cosa que gratitud por cada instante de mi estúpida insignificante vida.
No tienen ni idea de lo que les hablo, seguro. Pero no se preocupen. Algún día la tendrán.



Monólogo final de Lester, American Beauty, Sam Mendes, 1999.