23 septiembre, 2016

Don Buchla, el otro padre del sintetizador

El Mundo

En los años 60, cuando amanecía la música electrónica, Don Buchla fue el primer ingeniero que trabajó en el diseño de un instrumento pionero, el sintetizador, y se convirtió en el gran rival creativo de otro genio visionario, el doctor Robert Moog, quien sí fue el primero en comercializarlo.


Lo habitual es que se identifique a Robert Moog, aquel afable inventor con una hilera de bolígrafos en el bolsillo de la camisa y el pelo enmarañado, como el padre del sintetizador, el instrumento que inició la revolución de la música electrónica en los años 60. Pero lo cierto es que, si bien Moog fue el primer empresario en poner a la venta uno de esos armatostes primitivos rebosantes de cables y émbolos giratorios, no había sido la primera persona en imaginar un instrumento de esas características, ni siquiera el primero en buscar financiación para emprender la tarea. En ese aspecto, el puramente conceptual, se le había adelantado Don Buchla.

Buchla, tres años más joven que Moog, era en 1963 un estudiante de física en la universidad de Berkeley que había entrado en contacto con una incipiente comunidad de artistas de la música contemporánea en California -fundamentalmente, la que se desarrollaba alrededor del San Francisco Tape Music Center-, y que empezó a trabajar en un proceso de síntesis que sirviera tanto para la composición como para la ejecución en directo, algo que no permitían, por ejemplo, los procesos de collage con cinta magnética. Lo hizo a petición de dos jóvenes músicos de la zona, Morton Subotnick y Ramón Sender, y su respuesta fue el llamado Buchla’s Music Box, un prototipo de lo que más tarde sería su primer modelo de sintetizador, el llamado Buchla 100.

Tanto Moog como Buchla patentaron sus inventos en 1966, con escasas semanas de diferencia y sin que hubieran sabido nunca el uno del otro. Habían llegado a resultados parecidos a partir de planteamientos distintos -una competición de ideas que remitía a la que, siglos atrás, protagonizaron Newton y Leibnitz con la invención del cálculo, o la de Edison y Tesla durante la guerra de las corrientes eléctricas a finales del XIX-, aunque sólo Moog disfrutaría de verdadero éxito comercial. Su línea de sintetizadores sería la más aceptada y la que, en los años posteriores, popularizaron los gigantes del rock sinfónico, los pioneros de la música disco y del pop electrónico. El invento de Buchla, en cambio, alcanzó un enorme prestigio en toda clase de disciplinas experimentales.

La diferencia fundamental entre un sintetizador y otro, y en sus evoluciones -o sea, el MiniMoog y el Buchla 200-, consistía en que el instrumento de Moog incorporó un teclado, mientras que el de Buchla era un dispositivo más táctil y complejo. Su sonido, por tanto, era más afilado e impredecible, casi como un código alienígena que abría caminos fuera del lenguaje tonal. Bucha mantuvo el control de su empresa hasta 2012, cuando se le diagnosticó un cáncer, y tanto el Buchla 200 como sus evoluciones posteriores -se llegó hasta el Buchla 700 y hubo un modelo portátil, el Music Easel- están considerados hoy como instrumentos de culto, muy buscados y bien pagados por los coleccionistas. El sonido de un Buchla sigue siendo garantía de aventura y texturas asombrosas: a lo largo de las décadas ha dado origen a varias obras maestras de la música electrónica, como los respectivos primeros álbumes de Morton Subotnick (Silver apples from the Moon) y Suzanne Ciani (Seven waves), y todavía están en la base del trabajo de figuras actuales de la música experimental como Alessandro Cortini -responsable del diseño electrónico de la banda industrial Nine Inch Nails- o Kaitlyn Aurelia Smith.

Don Buchla nació el 17 de abril de 1937 en South Gate (Estados Unidos), y murió el 14 de septiembre de 2016 en San Francisco.